Ellas se pasan la vida tratando de entender
qué es lo que nosotros pretendemos de ellas.
Se pintan.
Bailan.
Bailan.
Esconden sus angustias atrás de máscaras de porcelana,
seducen a sus miedos con las curvas que dibujan sus vestidos.
Y nos gusta imaginar que lo hacen para nosotros.
Al ver a una mujer llorar,
con el alma a flor de piel,
desarmada,
excedida, fuera de sí…
… uno puede saber que ya
no va a volver a ser el mismo que era antes de ese momento.
Les decimos que las queremos
para poder tratarlas mal.
Las hacemos sentir que están gordas,
que son viejas,
tontas
o demasiado sociables.
Les decimos que están locas
cuando ya no queremos entenderlas.
Les pegamos,
para descalificarlas,
por miedo a que nos dejen…
… les hacemos creer que nos pertenecen.
Y, en realidad,
no hay nada que hacer sin ellas.
no hay nada que hacer sin ellas.
Ellas quieren nada más que un cumplido,
sentirse queridas…
... una sonrisa, quizás.
... una sonrisa, quizás.
Pero lo que más quieren es sentirse arrebatadas por eso…
… quieren un beso,
pero no desde los labios.
pero no desde los labios.
Quieren sentir el tacto, la respiración y el movimiento
haciéndole cosquillas en los huesos.
No somos tan diferentes.
Ellas quieren las mismas cosas que nosotros…
… que algo tenga sentido en esta vida.
Quieren olvidarse que viven presas de su propia piel,
quieren que a su alma le crezcan alas;
quieren jugar y estallar en colores de adentro hacia fuera.
No, no somos tan diferentes.
No, no somos tan diferentes.
Y nosotros no podemos apartarnos de lo evidente del hecho
de que, hasta el último de nuestros días,
vamos a vivir atrapados en el corazón de alguna de ellas,
tratando de penetrar
y desentrañar ese laberinto de secretos,
y desentrañar ese laberinto de secretos,
incansables,
necios,
buscando la salida, queriendo
sin querer...
... y es inútil.
... y es inútil.
Ella se pintan.
Bailan.
Bailan.
Esconden sus miedos…
… y seducen.
Y nos gusta imaginar que lo hacen para nosotros.
La risa velada de las mujeres.
Esa mueca genuina,
espléndida,
sensual,
libre de inhibiciones y prejuicios.
Al ver a una mujer reír,
con el alma a flor de piel,
loca,
radiante,
tierna, divertida…
… uno puede saber, con seguridad,
más que en cualquier otro momento, que está vivo
y no necesita saber ninguna otra cosa
nunca más.