miércoles, 8 de diciembre de 2010

Para Bella, con amor y sordidez 3


Te serviste un trago, después otro, y otro. Un porro. Otro más.
Y ahora estás ahí. Liquidado.
Y qué es lo que lograste en definitiva alguna vez, te preguntás, mientras seguís en el sillón, con una mano en el pecho, tratando de aplastar todo ese dolor que sentís, y la otra en la pija, frotándote para acabar de una puta vez. ¿Alcanzaste alguna meta u objetivo importante en tu vida? Tenés un par de muebles, algunas canciones en la cabeza y un montón de poesías desparramadas por el piso. Y eso, ¿a dónde te llevó? ¿Alguna vez quisiste llegar a algún lado? ¿Quisiste llegar a donde estás ahora? ¡Mierda! No vas a poder acabar pensando todo esto. Tenés un trabajo de mierda y rutinario con el que apenas te alcanza para sobrevivir. Y qué más necesitás de todos modos. Todo es rutinario. La vida misma lo es. Pero, en definitiva, ¿lo querés eso? Seguro que no. Pero ya es muy tarde para cambiar algo. Ya estás viejo y flojo. Y te estás muriendo.
Tu alma está gritando ahora.
Ese grito resuena en todo tu cuerpo. Te resquebraja los huesos.
Te seca los órganos.
Y todo se reduce a eso en la vida, te decís a vos mismo. Como si fuera algo bueno. Como si hubieras tenido alguna especie de revelación por lo menos. El sexo y el miedo a la muerte. No importa si sos el presidente de China o si vivís debajo de una autopista. Seas hombre o mujer. Un intelectual o un imbécil. Feo o lindo, gordo, flaco. Buena o mala persona. Te hayas cagado en todo o no. Todo se reduce a eso. Sexo. La muerte va a llegar, así que quedate tranquilo. No sirve de nada tenerle miedo, ¿sabés? Sexo. ¿Y el amor? Podría ser. Es un concepto cultural más. No es imprescindible, la verdad. Y estás empezando a pensar que se relaciona más con el miedo a la muerte que con el sexo.
Se te empiezan a cerrar los párpados.
Te sentís pesado y gomoso.
No podés dejar de pensar en ella. 
La desvestís otra vez. Siempre con una sonrisa.
No vas a acabar.
Tu alma cae ahora estrepitosamente. Desde algún lugar del infinito.
No tenés más fuerzas ni ganas de vomitar. Son las cuatro de la tarde ya. El teléfono no sonó nunca. Estás todo sudado, completamente agotado, y seguís temblando. El sillón ya te tragó y te escupió varias veces. Pero ahora te mece y nada más.
Empezás a escuchar algo parecido a una música en tu cabeza.
Cerrás los ojos. Tu alma está llorando ahora.
No te vas a morir. Te das cuenta. 
Simplemente te estás quedando dormido.
Tu alma besa el suelo empapado en tu propio vómito y se te mete por el culo, buscando algún lugar de tu cuerpo que todavía no se haya caído a pedazos para descansar unas horas.
Cuando te despiertes te vas a sentir de lo peor. Y nada va a haber cambiado. Y tenés el presentimiento de que mañana va a ser una noche jodida también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario