jueves, 30 de julio de 2009

Pequeñas tragedias cotidianas #2

La tragedia de mi vida
–dije una vez–,
fue encontrarte así vestida.
Me calzaste la punta de tus zapatos de taco alto
–talle cuarenta y tres–
en el culo,
mientras me escupías a gritos tu trastorno,
invocando tus desgracias,
tratando de callar esa voz interior.
Yo no entendía... era más chico que vos en ese entonces;
ahora no.
Tenías puesto un vestido rojo ajustado, me acuerdo,
desfigurada entre toda esa flacidez; el pelo mojado, los ojos pintados.
Tarareabas una canción de cabaret...
... y no sabías cantar, la verdad,
ni maquillarte.
Pero, ¡cómo me dolía el culo! Y el alma... un poquito nomás...
... ya sabés que estaba acostumbrado a que me decepciones.
Me acostumbré a no pedirte nada
–ni un beso–;
me acostumbré a tu silencio
(y el olor a muerto que llevabas en tu conciencia).
Y siempre me pregunté:
“¿Me vas a arrastrar a mí también, basura?”, pero
nunca me animé a decírtelo en la cara;
y verte llorar,
como vos me hacías llorar a mí.
Por eso... la tragedia de mi vida
–por esos días–
fue encontrarte así vestida.
Me quedé mirándote desde la ventana,
al otro lado del aire y luz de casa,
sin que te dieras cuenta.
Y me acuerdo todavía de tu cara
cuando abrí la puerta y te dije:
– ¡Papá, ¿qué carajo hacés?!

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