martes, 12 de octubre de 2010

A un millón de años luz de acá

Quisiera llevarte en un barco,
que flota entre la niebla y mis propios delirios por el espacio,
a un millón de años luz de acá.
Un barco enorme, gigante, para nosotros dos,
con unas alas de metal,
una cúpula transparente de plástico,
y muchas velas, farolas y arbolitos de todos los colores,
iluminando toda la inmensa oscuridad que atravesamos.
Por alguna especie de romanticismo;
para crear la ilusión de que nunca nos fuimos...
… pero sabiendo que ya nunca vamos a volver.
Quiero llevarte a un millón de años luz de acá.
A un lugar majestuoso, único, silencioso.
Vamos a ser los primeros y los últimos seres que pisen su suelo.
Y, al llegar, te voy a pedir que te quedes conmigo;
claro, vos no vas a tener otra opción.
      “Y, ¿qué vamos a comer?”, me preguntás.
“Tal vez haya algunos vegetales o pasto 
      o plantas carnívoras en ese lugar,
algún que otro bicho… no sé... podríamos ser caníbales también”.
Entonces no seríamos los primeros en pisar ese suelo, me decís
      nada más que para arruinar esta fantasía que intento hacerte ver.
“Pero ellos ya nacieron ahí, es diferente…”, agrego
      sin dudar en el sentido de lo que dije,
      “… además, ¿vos llamarías mentiroso a un caníbal?”
No es gracioso.
No tengo hambre tampoco.
Quiero estar solo… en tu cama,
mirándote dormir.
“Extrañaría el olor a lluvia”, decís.
“Te lo podés llevar con vos,
      te va a seguir a donde sea que vayas.
Todo va a oler a lo que vos quieras”.
No me creés.
No importa. Yo no creo en los olores.
Lo único que quiero ahora es volverme una
gota de agua
cayendo desde el cielo,
aterrizando sobre tu cuerpo,
rodando lentamente;
acechándote; buscando un hueco, un camino
hasta lo más profundo de tu ser…
… que me transpires,
caer al piso con pereza, insensible,
evaporarme
y tocarte de nuevo.
Todo lo que quiero en este instante que remontamos en tu auto
es que no saques las manos del volante
y sigas deslizándolas con ese ritmo sensual,
con esa paz con la que ponés todo bajo tu control.
Yo no intento hablarte siquiera…
… te miro en silencio,
le ruego a tu alma callado que nunca pises el freno.
Miro alrededor. No sé dónde estamos…
… o de dónde salió todo este lugar; todas las casas, todo el barrio…
… todo tan parecido a todo lo que creemos conocer,
las ventanas, los jardines, las calles, las rejas.
“Mejor vamos a mi casa”, te digo.
“¿Podés señalarme con seguridad, sin dudarlo,
sin que te tiemblen las manos o el cuerpo,
el punto exacto donde realmente queda eso?”, me respondés.
¡Ja! Es cierto.

No hay comentarios: