Alicia tropezó una vez, pequeña, entre mis dedos... caprichosa, distraída. Como quien busca tropezar. desde la apatía de un rincón donde sólo existen los números y las certezas, siempre es siempre no... no hay sueños dentro de sueños y la razón nunca enferma de deseo. Y este día que la encuentra somnolienta, Alicia ha encontrado una puerta, ha roto un espejo; quiere regalarme una sonrisa, aunque sabe, tal vez no deba. Y yo podría quizás esta vez prestarle mi sombrero, pero mi corazón no es ni más joven ni más bueno de acá a esta parte... porque sé tan bien lo simple que es para mí sorprenderla; casi tan simple como desnudar en un instante su frágil temperamento. Y guardo siempre en mi pecho todos los juegos, adivinanzas y esquemas que sabían entretenerla... aunque no recuerdo bien donde dejé los planos, las reglas o las respuestas. // Y aunque el tiempo se empecine en dejarnos detenidos en este momento, mientras seguimos dando vueltas, histéricos, resbalando… de lugar en lugar, entre roles y máscaras... en este pequeño paréntesis donde se nos quedó un pedazo del alma, donde acaricio la gracia de tenerla nunca y siempre. Tal vez hoy se pregunte quién sueña a quién, su cabecita. Y, es que, a este punto, ¿acaso eso importa, querida Alicia? Si ha sido hace mucho tiempo o apenas recordamos que algo ha sido. Las horas marchitas, enmarañadas, harán brillar hoy sus ojos con esas lágrimas que no quieren ser vertidas, así como un cosquilleo en el cuerpo la encontrará ingeniosa, divertida, con la más simple y tonta de las alegrías. // Sigo siendo un chico, lo sé, en el cuerpo de un hombre. “Un hombre pequeño”, ella diría, con su voz grave. Pequeños miedos, pequeñas tristezas... pero al menos tengo la grandeza para poder sufrirlas, sin reservas. Y puedo sostener su mirada, mientras que Alicia esconde su cabeza entre sus cabellos, porque no puede comprender cómo es que estos ojos tan buenos e inquietos llevan tanto horror dentro. Y tengo mi cuerpo harto cansado, y demasiada sangre... demasiada prisa todavía en los pies, en todos mis extremos. // Alicia ha regresado envuelta en lazos blancos, con una mirada distante y fría como si no recordara lo que es sentir que todo a su alrededor cae hacia arriba... y esa sonrisa traviesa y divertida que me dice que algo despierta en sus labios dejados. Y quiero llevarla a ver el amanecer desde el sol, hacer miel de nuestros cuerpos... mientras ella está pensando algún juego en el que no pueda perder. // Alicia está buscando lo que no sabe querer. // No tengo grandes posesiones ni otras voluntades. Y tal vez esté loco, pero niña... ella más que nadie lo debería entender; solamente soy dueño de un millón de paisajes que nunca conquisté y nada más hago lo que me dicen que no debería hacer. Alicia dice que quiere casarse conmigo y yo solamente quiero invitarla a tomar un té. Así lo dice, así le debo creer. Como quien le cree al sombrerero que el sombrero es de él. Los castillos de naipes ya fueron todos derribados, las cabezas cortadas... los conejos cazados. Ya no hay soldados, ni jardines, ni sorpresas. Todos los caminos que hemos recorrido... los atajos que inventamos para llegar hasta acá y Alicia está un poco más grande, un poco más cansada, más triste... paralizada. Sigue persiguiendo gatos con sonrisas de luna menguante, cosas que aparecen y vuelven a desaparecer. Y ella va y vuelve. Con sus variables y sus constantes. Y es que Alicia siempre verá lo que quiera ver. // Puse todo en su lugar correcto hoy, sólo para darme cuenta, que no existe tal instancia a su lado. Quiere demostrarme con esa malicia meticulosa, de niña caprichosa, que hasta el sol se ha puesto del lado equivocado. Y Alicia dice que quiere casarse conmigo, cuando yo solamente quería invitarla a tomar un té. Acomodo entonces mi sombrero y le digo: “si mi corazón no se equivoca, tal vez, debería correr”. Ella guiña un ojo y me responde: “Vos sabrás lo que tengas que hacer, pero... lo que realmente necesitamos es coger”.
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